Simplicidad, Más Allá De La Mejora Continua
Cuando la simplicidad es un acto de liderazgo.
Llegar exhaustos al final del día o semana se ha naturalizado.
Pero el problema no es en qué estamos ocupados, sino qué genera que estemos siempre ocupados.
La mejora continua nos enseñó a hacer pequeños ajustes constantes para lograr eficiencia y bienestar sostenibles a largo plazo.
Pero hoy, en un contexto de hiperabundancia y cambios acelerados, esa lógica puede volverse una trampa.
Especialmente porque sostenible se ha separado de largo plazo y podríamos estar optimizando cosas que ya no deberían existir.
Hoy, si una organización demora 1 semana en tomar una decisión, eso puede traducirse en una perdida competitiva de 3 a 6 meses.
En procesos que demoran meses, hablamos de años de diferencia.
Un diagnóstico organizacional puede ser necesario y revelador.
Sin embargo, la velocidad de decisión es su mejor indicador.
Las causas de la lentitud son conocidas:
Muchas personas en la misma reunión sin quien decida.
Agendas colapsadas.
Lideres atrapados en una telaraña de requerimientos.
El exceso de complejidad ya no necesita diagnóstico: se ve a simple vista.
La evolución de la mejora continua es la simplicidad.
Simplicidad es eliminar continuamente la complejidad para aumentar el valor real. De hecho, contra intuitivamente, a mayor simplicidad, mayor valor.
La utopía de la simplicidad es la ausencia de complejidad.
Pero para alcanzarla, requiere inmersión profunda en ella.
Ejemplos concretos:
Tener claro quién decide puede reducir un proceso de decisión de un mes a días.
Equipos con tiempo para crear, sin interrupciones, aceleran los resultados.
Saber qué productos realmente generan valor enfoca todo el sistema.
Pero la simplicidad nunca termina su proceso, solo revela la siguiente complejidad.
Ejemplos concretos:
Cuando el decisor está presente, se acelera el proceso. Pero su agenda puede convertirse en el próximo cuello de botella.
Cuando los equipos tienen foco, producen más. Pero luego surge otra complejidad: cómo coordinar sin acceso a esos bloques de tiempo.
Cuando entendemos qué productos generan valor. Hay que tomar decisiones sobre todo lo que no lo genera.
Simplificar un punto no elimina la complejidad. La desplaza hacia el siguiente nivel donde necesita ser resuelta.
Todo esto no es nuevo, lo vemos en el día a día.
Todos buscamos esa simplicidad, pero con excepciones.
Sin darnos cuenta de que cada excepción reintroduce complejidad.
Y cuando la excepción se vuelve norma, el sistema ya está complejizado.
Esto ya lo sabemos:
La calidad aumenta cuando a la cantidad de personas que participan es menor.
La calidad mejora cuando el responsable de la toma de decisiones está directamente involucrado.
Si hacemos lo contrario estamos sobre-optimizando lo que no debería existir. Y en el camino, sostenemos la complejidad, mientras decimos que mejoramos (la complejidad) día a día.
Es importante reflexionar para pensar estratégicamente.
Pero la simplicidad viene a desafiar esa pausa.
Requiere involucramiento activo dentro de la complejidad.
No para contemplarla, sino para transformarla.
Y eso solo ocurre en un ritmo sostenido de reflexión & acción.
Antes de optimizar, mejor pensar en eliminar.
La simplicidad no es solo filosofía.
Es un acto de liderazgo.
Julián.-

